En esta sección queremos dar voz a quién no la tiene. Por miedo. Por angustia. Por soledad. A ti, que has sido maltratada física o psíquicamente. A ti, que aún te estás restañando las heridas de la última vez. Las del cuerpo y las del alma. Si necesitas hablar, contar tu experiencia… gritar. Desde el anonimato. Como quieras. Como puedas.

Puedes ponerte en contacto con nosotros por correo postal o electrónico. Si deseas mantener tu anonimato cambia nombres de ciudades, de personas o algunas circunstancias para que sea difícil identificarte.

También queremos invitar a poetas y poetisas. A quienes son, se sienten o lo necesitan. A los que publican, a los que no se atreven y a los que les gustaría. Que nos hagan llegar su poesía. La relacionada con el maltrato y la violencia contra la mujer pero también la que habla de esperanza, de dignidad. La que habla de la lucha por salir de esa situación; de las ganas de volver a vivir. Utiliza nuestro correo electrónico.

En esta ocasión nos acompaña Natalia Carbajosa. Poetisa. Cartagenera de adopción. Comprometida con su tiempo. Su arma… la poesía. Amiga del alma.

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ANIVERSARIO DEL AMOR Y EL MIEDO

I
Siete años ya.
Siete años por el túnel blanco
de la mano del duende femenino
mordiendo con dientes de gato
el ovillo de tu estirpe y su
memoria. Todo empezó
hace siete años.

Tu cerebro como enagua transparente,
tu cuerpo deformando el arcoiris,
instalado en el violeta mientras
los otros colores, desdentados,
lloran y gritan a la vieja vieja vieja
de siete años.

Siete años vadeas
un Leteo donde ahogar
a las madres de dos cabezas.
Allí lavan sus cabellos sin peinar,
lo llevan haciendo siete años.
Como no las conoces,
tú misma sumerges al dictado
de tu consciencia muerta
la doble cerviz.

Esa lección no la olvidaste:
doble el amor, el daño es doble.
Esa lección te instó, por fin,
a una letanía de la huida
que ya reza siete años.

II
Empezó a su muerte,
unos años antes.
Bordaste con el hilo negro
de las bodas de plata
del voluntario secuestro la crónica
que ya se marchitaba en los espejos.

Doctor Hiel extendía sus recetas
sin más hálito que el que exhalaba
su pedernal asfixiando los pulmones.
Tú anotabas sobre el pecho
la suma temblorosa de agravios,
las lágrimas del pajarillo en los barrotes.

Cuando murió no te alegraste:
demasiado vulgar
aquel jardín trasero
para abrir las palmas dulcemente
a un surtido de malas yerbas.

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